Si me gustan las bailaoras clásicas, o los bailores, es porque aprendieron bien el oficio y hacen los ejercicios completos de los bailes: soleares, seguiriyas o alegrías. Los más jóvenes, y que se salve el que pueda, los resuelven en un periquete privándonos de ver acabado el cuadro, con su barnizado y todo. En este sentido hay una bailaora que me conquistó hace décadas, Milagros Mengíbar, trianera de raíces gaditanas y perteneciente a una generación marcada por la gran maestra sevillana Matilde Coral. Cuando baila por alegrías, con su bata de cola, que mueve como Velázquez movía los pinceles, es siempre una lección de danza jonda, con su entrada o salida, sus llamadas, marcajes, desplantes, escobilla, idas y coletillas. Y siempre, siempre, bailando las falsetas de la guitarra con un movimiento de manos cautivador y dándole su sitio al cantaor y a cada letra. Y esos silencios suyos, que son como los de la Maestranza. Todo, en conjunto, es una obra de arte, eso que llamamos magisterio y que no está al alcance de todos. Cada vez que la veo bailar parece que estoy viendo a la Giralda vestida con bata de cola y andando por las calles de Sevilla, unas veces para ir al Burrero y otras para ir al Novedades. Lamentablemente, eso sucede cada vez menos porque el buen baile, como todo lo bueno, como el buen cante o la buena guitarra, se están yendo.
3 Comentarios
Genialmente escrito, como siempre.
Yo le daba el título de “Magna Bailaora” sin dudarlo.
Saludos, gazaperos.
Excelente articulo y muy jondo
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